Poética estructural

Pablo Pandiella

5 Junio 2020

Instalación

La Nueva Ciudad:

Hasta la primera mitad del siglo XX, movimientos como el eclecticismo, modernismo o art déco enriquecían la piel de la ciudad a través de las fachadas. El desarrollismo voraz de los 70, basado en la especulación, ha derivado en un incremento de edificios cuya amplia repetición formal genera un contexto de arquitectura estéril y desalmada. A esta realidad hay que añadir la situación actual de rehabilitación de fachadas, en la que nuestros edificios son recubiertos con una carcasa homogénea que diluye su propio carácter.


La belleza es alimento para el alma:

Los edificios afectan a nuestro estado de ánimo. Células en la región del hipocampo se sincronizan según la geometría y la disposición de los espacios que habitamos, ejerciendo un impacto medible que puede llegar a alterar nuestros niveles de estrés. Los escenarios ricos en complejidad visual actúan como bálsamo mental.

Habitar es dejar rastro. La arquitectura construye civilización, historia física. Damos forma a los edificios pero estos también nos dan forma a nosotras. Las fachadas en serie anulan la identidad de la ciudad, generando una homogeneidad en la que todo se parece sin importar el barrio o el momento histórico, borrando nuestro patrimonio y nuestra historia.

La belleza es una necesidad universal del ser humano que eleva nuestros valores morales o espirituales. La belleza restaura y cura. La uniformidad degrada y enferma. En este contexto surge esta instalación en la que elementos como el hormigón, acero y cristal, ingredientes de nuestra arquitectura contemporánea, conforman una obra que nos acoge en un momento de reflexión y alimenta nuestra necesidad de estimulación visual a través de un espacio que se puede recorrer y sentir.