Proyecto
Carl Clerkin vivió buena parte del año pasado en una casa sin servicio alguno, lo que le obligó a agudizar el ingenio, principalmente a partir de cubos. Lo que presenta aquí es una colección de cubos adaptados a diversas funciones. El propósito de la colección es cuestionar qué es lo que creemos que queremos, qué nos gustaría y qué necesitamos realmente, explorar qué ocurre cuando las aspiraciones son reemplazadas por la desesperación.
Cuando Paul volvió para terminar de escayolar, todos los retretes habían sido retirados.
-¿Y ahora…si quieres ir al baño…? –preguntó
– Simplemente orinas en un cubo y lo vacías en el
agujero –le dije
– ¿Y si tienes otro tipo de necesidades? –dijo
– Pues lo mismo –respondí yo
– ¿Qué cubo? –preguntó él, en un tono disgustado
– El tuyo, lo siento, Paul –contesté
– Sabes que el cubo del escayolista es sagrado… y con todos los jodidos cubos que hay por aquí desperdigados… ¿por qué tienes que cagar en el mío?
– Porque tiene la altura perfecta –le contesté
Paul empezó a vociferar que “ahora este cubo es tuyo” y que “ya no quiero saber nada de él”. Lo dejé desfogarse un rato y después le dije:
– Paul, estaba bromeando. Conectaré otra vez el retrete, cagas y después echas un cubo de agua.
Era la verdad, pero Paul no me creyó. Estaba convencido de que había defecado en su cubo y estaba enfadado.
Un poco más tarde, vi a Paul en el jardín dando vueltas al cubo. Después, para mi deleite, vi como se sentaba en él como si fuera a defecar. Justo cuando su trasero entró en contacto con el cubo, dio un salto y gritó:
– ¡Oye cabrón! Sí que cagaste en el cubo; tienes razón, tiene la altura perfecta. ¿Cómo lo hubieras sabido, si no?
– Diseño muebles. Sé esas cosas –contesté.