El teatro desquiciado de Rodrigo García es una respuesta apropiada a un paisaje mediático y social en el que lo confesional se consume como si fuera el más venenoso de los aperitivos: “confesar alegrías”, advierte este escritor obsesivo, es tan estúpido como desnudar las penas. Queremos todo al mismo tiempo, hipnotizados por nuestra estupidez, zapeamos compulsivamente y nos quedamos atrapados en las puertas automáticas de un mundo policial. Rodrigo García amplifica la violencia y convierte el miedo en el último blasón de la vida emocional. Aunque pretendamos saltar por encima de nuestra sombra, seguimos sujetos fóbicamente a lo que nos angustia.
La cosa está fatal y el problema parpadea en un “guiño” que nos recuerda a ciertas obras de Bruce Nauman. Rodrigo García sabe que “si te lo propones puede que te olvides de las palabras, pero de las imágenes no te libras”
Esta frase “oscilante” (NO HAY NINGÚN PROBLEMA/HAY UN PROBLEMA) en neón se produjo para la exposición Cuidado y peligro de sí (Sala Amós Salvador, Logroño, 2020) y, en plena pandemia del covid-19 tenía una intensa capacidad no tanto para alarmarnos como para poner en cuestión las promesas de la “nueva normalidad”.
A comienzos de enero del 2021, Rodrigo García montó una pieza teatral-performativa en el espacio “luminoso” e inquietante (familiar y extraño en el sentido freudiano) que ocupaba.
El mismo artista me envió, el 11 de marzo de 2021, un correo electrónico en el que hacía un comentario sobre esa frase de doble sentido: “En casa de mis padres, la casa de la infancia, el único lugar del mundo que no nos pertenece, habité dieciocho años (a esa edad salí de allí pitando y sin mirar atrás) en la mentira. Vivíamos mi madre y yo bajo la opresión constante de un loco, mi padre. Su existencia se fundamentó en denigrarnos. No obstante, en casa, ambos defendían a capa y espada que no había ningún problema. Según el doctor Freud me acompañan hasta la fecha viejos problemas, cada cual con su negación correspondiente.”
Fernando Castro Rodríguez