Una revolución testimonio a testimonio

Por Cristina Fallarás

La mujer de 82 años es la primera vez que usa la red social llamada twitter, qué va a haber usado ella, qué va a saber de esas cosas. Le ha pedido a su nieta que le abra una cuenta, y así lo ha publicado. Me basta entrar ahí, ver que no tiene seguidores y que la cuenta aún no tiene 24 horas.
Me llamo Cristina. Leí su testimonio calculo que cuatro o cinco días después de haber lanzado la etiqueta #Cuentalo. Lo leí por azar. Resulta imposible encontrarlo ya, pero lo recuerdo perfectamente. También
recuerdo que lloré. Me llamo Cristina Fallarás. Recuerdo tantas, tantísimas narraciones de mujeres narrando violencias sufridas que las llevo cosidas al futuro, al mío y al de quienes me sucederán.
Así me llamo, Cristina Fallarás. De nada sirve todo esto si no me nombro. Mi nombre como una forma de exposición.
Aquella anciana que escribía desde Perú sabía que estaba realizando un acto público y seguramente ignoraba dónde y ante quiénes. El acto de narrarse al fin: su marido la había violado y golpeado habitualmente desde que tenía catorce años. Añadía que no lo había contado nunca porque esas cosas no se contaban. Así de simple.
En el espacio abierto por #Cuentalo se manifestaron alrededor de 3 millones de mujeres en solo 10 días.
(Define silencio. Define mordaza. Define dolor)
Algunos de los mensajes más repetidos:
Es la primera vez que lo cuento.
Creía que solo me pasaba a mí.
No sabía que esto era violación.
No había recordado que me había pasado esto hasta que lo he leído aquí.
Una sola etiqueta lanzada desde la cuenta de una sola persona en una sola red social había abierto en apenas un par de días una puerta al inconmensurable dolor de cientos de miles de mujeres agredidas, torturadas, violadas, asesinadas. E inmediatamente se echaron a contarlo. En público.
Tres millones de un golpazo. Una muchedumbre súbita. Y eso solo entre aquellas que tenían acceso a internet. Y, de ellas, las que tenían acceso a twitter.
Allí no había actrices ni cantantes, no había estrellas ni famosas, no había protagonistas destacadas. Era una enorme avalancha compacta de voces de mujer, un dolorosísimo latigazo de violencia que inesperadamente azotó a aquellos que hasta el momento habían decidido negarlo, dictatorno
verlo, no oírlo, prohibirlo. Porque lo primero que dejó claro aquella respuesta brutal es que todas esas mujeres, nosotras, no se habían callado por decisión propia.
Solo admitiendo la prohibición, explícita o implícita, es comprensible el desplome de aquella
enorme lengua de barro sobre los medios de comunicación, sobre las instituciones públicas,
sobre los partidos políticos, sobre los actores culturales y las entidades económicas, sobre una sociedad entera sorda y decidida a negarlo. Porque negarlo es una decisión. Su decisión.
Voy a narrarlo, pues decido ser testimonio, de otra forma:
Tendría yo unos ocho años durante uno de los tantos fines de semana en los que mis padres nos llevaban a la costa. Mi hermana pequeña dormía a mi lado y ellos salieron del coche. El gasolinero se sacó la polla y la pegó al cristal de mi ventanilla, la trasera situada sobre la boca del depósito. En aquel momento no entendí qué estaba pasando, pero antes de llegar a casa vomité. Tengo 51 y las gasolineras todavía me
producen terror y ganas de vomitar.
Es solo el principio. Después, entre los 14 y los 20, se me impuso la visión de varias pollas y sus consiguientes masturbaciones. Más tarde, ya en escenarios laborales, tocamientos, humillaciones,
acosos varios. Y parejas que maldigo. Me llamo Cristina Fallarás. Esa es mi historia, en fin, parte de ella, y yo no soy una mujer especial.
¿A quién podría yo haber contado lo anterior y para qué? Una narra el primer beso, el primer suspenso, el primer novio, el primer desengaño y a veces –pocas, en mi tiempo adolescente— la primera menstruación. Una narra aquello sobre lo que existe una narrativa previa, o sea una memoria colectiva. En teoría, existen narrativas comunes de todo aquello que resulta habitual en una comunidad. A no ser que se niegue. Y negar es una decisión. Una decisión conjunta, consciente y después enterrada.
El placer y el dolor de las mujeres. Se niega el placer de las mujeres. Se niega el dolor de las mujeres y por encima de ese acto deciden negar la violencia contra nosotras.
Me llamo, soy, narro, decido narrar como decido nombrarme. Me llamo cuerpo, soy cuerpo, narro mi cuerpo. Todo lo anterior se refiere a mi cuerpo, a nuestro cuerpo. Es mi cuerpo, nuestro cuerpo, lo que deciden negar.
Los tres millones de mujeres que salieron en tromba por la puerta de #Cuentalo eran tres millones de cuerpos. Y en tanto que de mujer, cuerpos susceptibles de ser golpeados, violentados, rotos, despedazados. Eso es: tres millones de mujeres narrando su cuerpo y siendo su cuerpo, tres millones de cuerpos profanados que se revuelven contra la decisión común e histórica de negar tal violencia.
Se trata de la comunicación.
Y de romper las abstracciones a golpe de testimonios.
La comunicación: los medios de comunicación de masas construyen la realidad. Esto es así y esa es su función. Entre TODOS ellos existen algunos consensos inamovibles que van de la punta izquierda a la punta derecha de un supuesto “arco ideológico”. Y también comparten ciertos rasgos comunes. TODOS ellos. Sin rodeos: se trata de empresas que pertenecen a hombres (machos) y a otras empresas que a su
vez también pertenecen a hombres, y así hasta el infinito. Se trata del capital. El capital es masculino y sin capital no hay comunicación de masas, o sea no hay televisión, ni periódicos, ni cine, ni moda, ni patrones de consumo…
Construcción de consensos.
Las abstracciones: los rasgos que comparten TODOS los medios de comunicación de masas tradicionales podrían resumirse en lo siguiente:  blindan los temas indeseables a base de encerrarlos en abstracciones. Dicha operación aparentemente “intelectual” consigue arrancar de cuajo la posibilidad de cualquier
mecanismo de identificación.
Van cuatro ejemplos de abstracciones básicas en España:
La “Transición”: concepto vacío (abstracto) creado para impedir la narración de la violencia posfranquista, de la permanencia de la dictadura e imposibilitar los testimonios de los represaliados y represaliadas, torturados y torturadas, etc.
La “prima de riesgo”: concepto vacío (abstracto) e indescifrable creado para impedir la narración de la pobreza brutal que supuso la llamada “crisis” actual e imposibilitar los testimonios de aquellos a quienes se ha dado por desahuciados.
La “Memoria Histórica”: concepto vacío (abstracto) creado para impedir la narración de aquella inmensa parte de la población hija de la represión franquista, e imposibilitar los testimonios de sus asesinatos, robos, torturas y de la ignominiosa construcción de la postdictadura.
La “Violencia de Género”: concepto vacío (abstracto) creado para impedir la narración pormenorizada de la tortura constante y habitual contra las mujeres e imposibilitar los testimonios de las violentadas y el posible señalamiento de los violentos.
Todos ellos existen para evitar los testimonios, es decir, la creación de memorias colectivas.
Porque sin testimonios, resulta imposible que se den mecanismos de identificación. O sea, que si nadie hace pública la narración de mi pobreza, ningún otro pobre puede sentirse identificado, y cada pobre es un solo pobre, y por lo tanto no cabe la posibilidad de que se organicen.
Pero vamos con lo que nos ocupa, la abstracción llamada “Violencia de Género”. No es lo mismo decir “Hola, me llamo Cristina Fallarás y estoy en contra de la violencia de género” que decir “Hola, me llamo Cristina Fallarás, soy periodista y un político me mandó la foto de su polla”. Pongamos que alguien del calibre de la reina de Inglaterra suelta un solemne “Yo estoy en contra de la violencia de género”. En
el fondo, esa declaración real no significa nada, no modifica, nadie se identifica con esa cáscara
vacía. Sin embargo, todas aquellas mujeres a las que alguien les ha agredido con una foto, o
aquellas acosadas en el trabajo, o aquellas a las que les han impuesto un pene, todas se identifican
con mi testimonio sobre el político. Mecanismos de identificación. Y ahí se crea reconocimiento
y por lo tanto una narrativa común y aplicable. Peligrosa, por lo tanto, para el establishment y sus abstracciones huecas.
De eso se trata.
Eso es lo que los medios de comunicación de masas se han encargado de hacer.

Los 10 primeros días de #Cuentalo evidencian de forma abrumadora una realidad que no había sido narrada. Una realidad tan flagrante, tan evidente, que parecería imposible no verla. Y sin embargo, las narraciones de #Cuentalo, como el #MeToo, han conmocionado de raíz a la sociedad.
La pregunta cae por su propio peso: ¿Por qué tal y tan palmaria monstruosidad no se había narrado? Es indudable que no se trata de que las mujeres la hayan querido esconder, y prueba de ello es la inmediata e inconmensurable respuesta en cuanto se les abrió un espacio (un simple hashtag) donde narrarlo públicamente.
Así pues, son los medios de comunicación de masas, y también las instituciones públicas, quienes deben dar explicaciones de por qué decidieron no narrarlo, o sea negarlo.
La aparición de las redes sociales como medios de comunicación de masas cuyo uso no requiere capital ha dejado en cueros a los dueños de la comunicación, a los creadores de abstracciones y su labor de ocultación de la violencia contra las mujeres.

Aquella anciana que en Perú pidió a su nieta un espacio donde por fin narrarse, que quiso hacerlo
en cuanto supo de la posibilidad, públicamente, resulta infinitamente más poderosa que cualquier corporación de medios actual. Y más revolucionaria. El testimonio de cada una de las mujeres que decide narrar las violencias sufridas, de todas y cada una de ellas, supone una revolución.

 

Texto de Cristina Fallarás para el catálogo de la exposición Equivocada no es mi Nombre. Arte contra la violencia machista

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