Redes, el principio vital (extracto)

Por Diego Rasskin-Gutman y Ángela Delgado Buscalioni

A principios del siglo XX, la biología moderna vivía tiempos de grandes descubrimientos; la teoría de la evolución se había asentado en los libros de texto, la genética mendeliana se había redescubierto y la teoría celular daba coherencia al substrato del que estaban hechos los seres vivos. Muchas de las ideas y conceptos de esa época descansaban en la intuición del investigador que, aunque escaso de conocimiento, se encontraba ansioso por saber y descubrir nuevos horizontes. La naturaleza del fenómeno viviente era cuestión de debate científico, metafísico y religioso. Responder a la pregunta ¿qué es la vida? constituía una labor que parecía estar al alcance de la mano a medida que se sucedían los descubrimientos. En ese debate se encontraban dos tesis opuestas que proponían respuestas netamente diferentes a la “cuestión vital”. Por un lado estaban los vitalistas que defendían la idea de la existencia de una sustancia o de algo indeterminado, propio del fenómeno vital y netamente distinto de aquello que es asequible al estudio de la física y de la química, el “élan vital” de Henri Bergson. Por otro lado estaban los mecanicistas, científicos convencidos de que la complejidad biológica podía reducirse al estudio fisicoquímico de sus constituyentes. El debate se ha ido disolviendo a lo largo del siglo XX. La biología molecular se ha ido encargando de dejar sin misterios el interior de las células y ha ido desgranando los componentes bioquímicos que meten al fenómeno vital dentro del saco de los fenómenos naturales. El mecanicismo ha ganado la batalla. Sin embargo, cualquier biólogo admitirá que los organismos vivos están dotados de una estructura y de una manera de operar que se escapa a la reducción y explicación únicamente en términos moleculares. Esa estructura singular del fenómeno vital es su organización, las interconexiones existentes entre los elementos que conforman las células.

Redes, interconexiones, relaciones que se establecen entre las partes de un sistema. Surgen hechos, posibles afinidades electivas en el decir del gran poeta alemán, resultado de la repetición sincrónica y diacrónica de estas relaciones.

 

Individuar las partes, se es más individualidad dentro de un contexto de individualidades afines. ¿Cómo reconocerse semejante si no es a través de las relaciones que se establecen? Las redes procuran identidad a las partes del sistema. Nos construimos, la vida se construye, se organiza y se selecciona a partir de los ritmos de sus relaciones.

Cómo no ver la vida, este fenómeno que nos empuja a conocer y a conocernos como un entramado de redes. Redes. Redes de redes. Meta-redes. El mundo son los hechos y no las cosas, esta vez el motto viene de la Viena positivista, y los hechos es lo que acontece, lo que pasa y lo que ocurre. En el lenguaje de la ciencia que siempre se antoja críptico e innecesariamente desafiante, son procesos y no patrones aquello que hace que la maquinaria del fenómeno vital siga su incesante curso. Pensándolo bien, se trata de un auténtico perpetuo móvil. La vida como continuo es un proceso cuyo movimiento comenzó hace miles de millones de años y aún sigue rodando. Y todo eso, gracias a las redes.

Pero las redes no son materia organizada, no son nada más que una pulsación, un mensaje, diferentes potenciales de energía, bits de información, una serie de funciones. Son las luces y sombras que rítmicamente dibujan las diversas rutas en el espacio y en el tiempo que tiene y puede seguir un sistema. Sí, forman parte del fenómeno vital, pero ¿habría infinitas redes si los patrones o la materia no las limitasen? Las redes quedan secuestradas entre los patrones materiales de las formas naturales, aquellos patrones que se han reconocido como las partes afines de un sistema. Las redes sociales y nuestras creencias quedan secuestradas por el modo en que se organizan los individuos de una sociedad o por el modo en el que definimos qué es una individualidad. Podríamos incorporar a nuestras creencias cada uno de los animales de la naturaleza y tendríamos una red propia del mundo anímico con una cosmogonía diferente a la monoteísta.

Que las redes no posean estructura es discutible y depende del nivel de organización biológica en el que nos movemos. Una red de interacciones entre genes es una red de transferencia de información, pero una red de interacción entre células es una estructura bien diferenciada, y la red del aparato circulatorio o las redes neuronales o las redes de conectividad en los esqueletos de vertebrados, todas presentan una estructura definida que mediatiza su funcionalidad.

En esta definición que estamos construyendo sobre cómo las redes se estructuran a partir de la dinámica que son capaces de generar, el objeto (o individualidad) que las genera es el mismo sobre el que repercute, sea interacción entre células. En cambio, un organismo desde su formación, es un sistema abierto, de modo que, aunque sólo sea por considerar el grado de complejidad en el que nos movemos, habría que mencionar también el papel que jugarían las fluctuaciones y el propio ruido del medio (físico, químico y geométrico) en donde suceden estas interacciones.

Los organismos, desde las bacterias hasta los animales pasando por las algas, hongos y plantas, poseen partes bastante bien delimitadas y compuestas por entidades químicas muy específicas y conocidas por todos: azúcares, grasas, proteínas, ADN, ARN y cientos de minerales y otras moléculas especiales que se repiten sin cesar, que se construyen sin cesar dentro de la unidad vital por excelencia: la célula. Estas partes y estos compuestos son niveles de organización de los organismos. Son módulos que poseen estructura y función derivadas de la interacción entre estos componentes. Son redes. Y cuando una red de interacciones sigue su comportamiento definido por unas propiedades que generan ellas mismas mediante un proceso que denominamos de auto-organización, surge el fenómeno de la estabilidad, de la repetición, de la circularidad y del comportamiento que se repite con alarmante precisión (...)

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