Daniel Romero sobre el Pozo San Fernando

Relato de Daniel Romero sobre su grabación en San Fernando, Orillés

Published: 05/09/2013
Daniel Romero sobre el Pozo San Fernando

Imagen: Daniel Romero & Daniel G. Ferrera

El 18 de julio, coincidiendo con el World Listening Day 2013, me dirijo, junto a mi amigo e improvisado ayudante Daniel G. F., al concejo de Aller, con el propósito de capturar el paisaje sonoro de las proximidades del Castillete de San Fernando, pozo minero profundizado en 1942 por la Sociedad Industrial Santa Bárbara y ya abandonado hace más de 40 años.

Salimos por la tarde, sin prisa, me mantengo firme en la extraña y posiblemente contradictoria idea de que en un ambiente alejado del hombre, devuelto a la montaña poco a poco desde que HUNOSA cerrase la extracción en 1968, quizás por la noche se produzca esa explosión sonora propia de un entorno natural y que esas oscuras sonoridades resultarían más interesantes para el oyente y... por qué no decirlo: convertiría este trabajo en algo todavía más divertido.

Hacemos doble check de todo el equipo, tanto del mío como del estupendo kit de captación sonora amablemente cedido por LABoral para la ocasión. No sería la primera vez que olvido las baterías, algún micrófono o grabadora, así que decido hacer un más que oportuno triple check mientras Daniel, mi amigo e improvisado ayudante, se encarga de comprobar que lo que hemos bautizado como “mochila de los víveres”, incluye todo lo necesario: agua, una bolsa de patatitas fritas, empanada, manzanas, bolsa térmica y por supuesto, hielo y cervezas. Como buen ayudante se ha traído una linterna, parece que funciona.

Las pilas parecen estar en su sitio. Mi vieja y amada grabadora Roland R09, una de las primeras grabadoras realmente portátiles y medianamente asequibles que recuerdo, está lista. La versátil aunque no del todo de mi agrado Zoom H4 y un par de micrófonos, prestados por mis amigos de radiadora.org, están dentro de su bolsa. Llevo en el bolso unas cuantas tarjetas SD y compruebo, quizás ya por cuarta vez, que la grabadora Fostex, los cables y el resto del equipo de LABoral, con el peluche, la percha y todo esto está bien guardado. Listo. Los hidrófonos están y llevo un micro de contacto...por lo que pueda pasar.

Una hora y cuarto después llegamos a Cabañaquinta, donde nos paramos a discutir un problema estratégico importante. Hace un día soleado y caluroso; le explico a Dani, mi amigo e improvisado ayudante, que para llegar el pozo debemos caminar 1 kilómetro y medio o quizás más, no recuerdo, por un camino con un tramo final con piedras y en pendiente ascendente, y que, cargando con el equipo  con ese solazo y con mi falta de costumbre y pericia como senderista iba a llegar más cansado de lo deseado. Mi ayudante asiente pero apunta, brillantemente, que deberíamos llegar con un margen de sol aceptable, para así poder inspeccionar el pozo y colocar los micrófonos al menos con buena visión, sin linternas.

Decidimos tomarnos una caña mientras esperamos a una hora prudencial y aprovechamos para preguntar cómo se llega a Orillés, el pueblo donde dejaremos el coche y tomaremos el dichoso camino para subir al pozo, ya que, por supuesto...yo no me acuerdo de cual es el desvío.

Son las 19:30 y ya hemos dejado Orillés atrás, nos paramos en medio del camino para localizar la procedencia de un típico cencerro de vaca, o algo así, pero no logramos ver nada. No importa... se supone que tenemos que grabar el sonido. Aprovecho para crear unas reglas que seguiremos durante todo el trayecto hasta llegar al pozo: yo iré con los auriculares puestos y listo para grabar todo el tiempo, cuando yo me pare, mi amigo e improvisado ayudante deberá pararse también, procurando no mover ninguna piedra del camino y permanecer totalmente quieto hasta que yo reemprenda la marcha. Nos sorprende un caballo por el otro lado del camino, nos paramos a grabarlo tranquilamente y a fumar un cigarro. Hemos avanzado 20 metros en 10 minutos y se nos hace tarde. Empezamos a caminar un poco más rápido. Pocos metros después escucho por los auriculares un extraño zumbido que no consigo identificar hasta que veo un cartel de precaución: abejas.

Paramos otra vez, mirando el reloj y discutimos como abordar la grabación de los panales. Insisto en alargar la pértiga lo máximo posible, apoyarla en una valla que separa los panales del camino y poner el micrófono en la puerta de un panal. No tenemos ni idea sobre abejas así que no estamos seguros si la proximidad de un micrófono, adornado con el zeppelin y el peluche, las pondrá en guardia. Creamos un plan de fuga: si hay que salir corriendo... intentemos coger las mochilas y corramos hacia el pozo.

A las abejas pareció no importarles mucho tener un micrófono a unos 20 centímetros así que, después de varios intentos, retomamos la marcha hacia la siguiente parada: un puente con un pequeño riachuelo, o al menos eso es lo que parecía en esta época del año. Se está haciendo de noche así que decido no usar los hidrófonos para no perder mucho tiempo y me la juego usando el cañón con varias tomas desde distintas posiciones. Dani, mi inspirado amigo e improvisado ayudante, se aleja y busca alguna rama caída que sea larga, robusta y manejable...por lo que pueda pasar.

Avanzamos por el último tramo antes de llegar al pozo. Este tramo desemboca en un pequeño descampado con varias mesas de picnic, a unos 150 metros de la mina. No tardamos más de 2 minutos en ponerle nombre al enclave: “Campamento Base”. Todavía hay luz así que nos dedicamos a dejar listo el resto del equipo y a inspeccionar visual y sonoramente las ruinas del castillete.

Pájaros, ecos de los incesantes ladridos de los perros de los pueblos cercanos y hojas moviéndose con el viento fueron los primeros sonidos que logramos alcanzar, hasta que nos fijamos en un extraño sonido cavernoso y lejano que procedía del pozo: agua. Decido centrarme en conseguir una buena captación de este sonido. Colocamos los micrófonos. Con el equipo ya grabando optamos por volver al campamento sin percatarnos de que a unos 3 metros un hombre ya mayor nos miraba con cara de asombro y curiosidad. Nos saludamos con cordialidad y le explicamos brevemente qué es lo que estamos haciendo allí. Él nos comenta que el pozo tiene más de 250 metros de profundidad y, no sabiendo que más decir, nos quedamos los tres mirando al pozo en silencio, escuchando ese extraño fluir y gotear reverberado. Poco después descubriríamos que aquel hombre estaba revisando unos panales de abejas cuidadosamente colocados en los huecos de las ya inexistentes ventanas del edificio adyacente al pozo.

Ya es de noche, aprovechamos para cenar en la base mientras escuchamos a los cada vez más omnipresentes grillos, intentamos localizar con el cañón el ulular de los búhos y el siempre presente eco de ladridos lejanos. Hemos dejado grabadoras por distintas zonas cercanas al pozo y cada 15 minutos revisamos metódicamente el estado de las baterías. Las linternas, no demasiado potentes, nos dan una visión clara de unos metros. Siempre vamos juntos y con el palo...por lo que pueda pasar.

Varias horas después seguimos con la rutina mientras jugamos al ajedrez con una app instalada en mi móvil. Charlamos apaciblemente sobre la importancia de un temprano a6 en la defensa siciliana, un movimiento profiláctico que, según Kasparov, ayudará a evitar problemas futuros. Aprovecho para comentar que me habían dicho que en ese lugar, antes una mina, alguien organizaba raves hace unos años. Nuestra conversación es cada poco interrumpida por misteriosos ruidos en las malezas cercanas. Intentamos mantener la calma con las dos cervezas y los apenas cinco cigarrillos que nos quedan. Mi móvil se ha muerto y ya no tenemos pilas cargadas para las grabadoras. Decidimos recoger como podamos antes de que se nos esfumen las últimas pilas de las linternas. Aprovecho para grabar otra vez en el río y en la entrada del pueblo. Ni rastro sonoro del caballo o del cencerro.

Volvemos a casa, cansados, sin percatarnos de que en una de nuestras bolsas llevamos a un pequeño murciélago, polizón involuntario al que Dani, mi amigo y compañero de piso e improvisado ayudante, consigue atrapar para su posterior liberación, 48 horas después, en un parquecito cercano.

 

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